Monday, October 17, 2011

Yo pensaba que no, pero si...

Hace tiempo que vengo diciendo a mis amigos de mayor edad que les envidiaba. Les envidiaba porque habían vivido los mejores tiempos de la humanidad.


Los mejores tiempos porque tuvieron energía casi gratis, del petróleo sobre todo. Les envidiaba porque vivieron los tiempos de los grandes inventos, la televisión, la radio, los autos, los aviones, los vuelos espaciales, el hombre poniendo el pie en La Luna, y muchas, tantas otras cosas…

Fue una época maravillosa en la humanidad. Aunque también hubo horribles guerras, holocaustos y todo tipo de represiones y abusos. Pero estos son parte de la misma humanidad, una parte intrínseca, casi imborrable.

Sí, es para envidiarles. Comodidades, avances científicos, curas de enfermedades, pero sobre todo, despreocupación.

Se vivía despreocupado del medio ambiente, de la economía y de muchas otras cosas. Los automóviles gastaban alegremente oleadas de gasolina, no se conocía el efecto invernadero (así que no era una preocupación) y tampoco se vivía el cambio climático. Y así una lista casi infinita de bienestares. Pero en los años 80 y 90, algo cambió.

Para mi opinión, el primer síntoma de que algo cambiaba fue la aparición de una enfermedad que atemorizaría al mundo. El terrible SIDA surgió como una pandemia que era incurable, una condena a muerte lenta y silenciosa. Se acabarían, poco a poco, los cantos de sirena del poder de los antibióticos sobre la gonorrea y la sífilis, la gozadera a diestra y siniestra. Era el inicio del fin de una época de lujuria antibiótica.

Luego vendría la tan anunciada guerra por el petróleo. Bajo mentiras sembradas en el imaginario popular, se invadieron países ricos en ese recurso energético. No importaban el tamaño de las mentiras, lo que importaba era el tamaño de la bolsa de petróleo que existía bajo tierra. Tampoco importaban los muertos, fueran del bando contrario o del propio. Importó menos aún el uso del uranio empobrecido, que significaba una condena a radioactividad perenne a un enorme territorio, incluyendo el que contenía el petróleo.

La guerra del petróleo continúa, aunque los recursos escasean ya y las economías antes poderosas de los países desarrollados, se resienten hasta sus raíces del desgaste abusivo.

Como se predijo en tiempos cercanamente pasados, las próximas guerras serán por el agua, el agua dulce y potable, que cada vez es menos. Pero los economistas y “calculistas” de aquella época no predijeron que antes pasaría algo.

El centro vital de una cultura mundial comenzaría a salir a la luz. Aquello que en una época de esplendor económico estaría oculto, y sería hasta un motor del sistema, se revelaba ahora como un obstáculo para el bien de la propia sociedad. Ese pilar, tan poderoso como activo, se había erigido como el sostén de una economía libre, tan libre que terminó escaldando a sus propios ciudadanos y creando un inicio de ruina de carácter ya mundial.

Y aquí estaba el problema. Salió a relucir la avaricia, ese oculto deseo de tener cada vez más, de tenerlo todo, de ser dueño máximo, y que a su vez se acompaña de todo tipo de malos sentimientos. Esa avaricia que antes impulsó a todo los sistemas económicos (por cierto, incluyendo el mal llamado “socialismo”) salió a relucir como una maldición del sistema económico imperante en este planeta. Y algunos se han dado cuenta ya, a estas tempranas horas del siglo XXI, que esto no funciona más.

En los comentarios que se escuchan en sitios web promedio, aún muchos dudan y califican a los “indignados” en categorías muy bajas de antiguas capas sociales. Apelativos desde el socorrido y muy usado “comunistas”, hasta de enemigos del “libre mercado” y muchos otros, denotan la diferenciación de las clases una vez más. La brecha esta abriéndose poco a poco, pero muchísimo más rápido de lo que pudiera haberse esperado.

El libre mercado se considera un sacrosanto soporte de un sistema económico mundial que se ha transformado por múltiples razones en estos últimos años. Al igual que su madrastra, la avaricia, se ha ido poniendo obsoleto con el pasar de estos pocos años de este siglo. El descaro y la corrupción de los ejecutivos bancarios, los políticos, los manipuladores de la bolsa y de tanto delincuente metido en una especulación desenfrenada, están denunciando por sí mismos la decadencia e incompetencia de un sistema económico burdamente elaborado.

El seguro social, los erróneos sistemas de salud basados en la avaricia monetaria, la economía y otras partes del sistema social basadas en un supuesto crecimiento indefinido de la población, están fracasando porque su propia base es errónea. Pero esto solo sería visible al llegar el planeta a este número de habitantes, aunque también a este número de corrupción y descaro.

Todo este panorama, que a primera luz parece terrible, está siendo alumbrado por esas personas que (el menos por ahora) sólo piden el fin de la avaricia, de la corrupción y del descaro del uno por ciento de la población. Estas personas no piden otra cosa que aquello que perdieron hace tiempo, una patria tranquila donde vivir en paz. La guerra que viene no será primero la del agua. No habrá tiempo para ella. Antes habrá una explosión social (ya en camino) protagonizada por personas de todo tipo, por ese 99 por ciento, esos que son “normales”, no tan corruptos y avariciosos como la clase actualmente dominante.

Ahora veo que no será el futuro algo feo. Creo, y estoy viendo, que los mejores tiempos de la humanidad se nos vienen encima, a una velocidad increíble. Mucho más rápido que lo que cualquier filósofo hubiera vaticinado. Mucho más rápido que lo que el poder pueda responder. Ya lo veremos.

Carlos Heredero
Octubre 17, 2011